¿Puede el dinero enfermarnos? Aunque muchas veces se trate como un tema separado, la verdad es que la salud financiera y la salud mental están profundamente conectadas. Estrés por deudas, incertidumbre económica, pérdida del empleo o simplemente la sensación de no llegar a fin de mes son factores que generan malestar emocional sostenido, afectan el sueño, la autoestima y, en muchos casos, se traducen en síntomas físicos. Por eso, hablar de salud hoy implica también hablar de dinero.
La salud financiera no es solo tener una cuenta bancaria estable. Es la capacidad de cubrir necesidades básicas, planificar el futuro con tranquilidad, evitar deudas agobiantes y tomar decisiones económicas sin vivir en constante ansiedad. Es, en resumen, vivir sin que el dinero sea una amenaza permanente. Y para millones de personas, eso hoy no está garantizado.
El estrés financiero crónico se ha convertido en una de las principales causas de ansiedad en adultos. No tener ingresos estables, tener que endeudarse para pagar alimentos o servicios esenciales, o sentir que no hay salida del ciclo de precariedad, genera consecuencias directas sobre la salud mental. Irritabilidad, tristeza constante, insomnio, aislamiento social, angustia o incluso síntomas físicos como dolores de cabeza, problemas gastrointestinales o hipertensión pueden estar directamente relacionados con la situación económica.
En los contextos inflacionarios o de crisis, como el que atraviesa Argentina, esta realidad se multiplica. Muchas personas priorizan pagar cuentas por sobre ir al médico, o postergan tratamientos, estudios e incluso la alimentación saludable por no poder afrontarlos. Así, el problema económico termina afectando también la salud física y emocional de forma directa.
Pero el impacto no termina allí. Las dificultades económicas también afectan la forma en que nos relacionamos con los demás: aparecen tensiones en la pareja, frustraciones familiares, culpa, vergüenza o retraimiento social. El dinero no solo condiciona lo que podemos hacer, también puede distorsionar cómo nos sentimos con nosotros mismos.
Hablar de salud financiera no implica solo planificar mejor el presupuesto. También implica desarrollar habilidades emocionales para enfrentar la incertidumbre, pedir ayuda cuando sea necesario y desmitificar la idea de que los problemas económicos deben vivirse en silencio o en soledad. El acompañamiento psicológico, la educación financiera accesible y las redes de contención son herramientas clave para salir de ese círculo vicioso.
Desde las instituciones de salud, es necesario abordar estos temas como parte de una mirada integral del bienestar. Así como se promueven campañas de prevención médica o chequeos físicos, también deberían impulsarse políticas de salud mental que contemplen el impacto del estrés económico y faciliten el acceso gratuito a espacios de orientación o apoyo terapéutico.
Porque no hay salud mental posible si el dinero es una amenaza constante. Y porque sentirse bien también tiene que ver con vivir con dignidad, seguridad y previsibilidad. La salud financiera es una dimensión legítima del bienestar. Y no solo existe: necesita ser reconocida, visibilizada y cuidada.