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Fatiga por compasión: qué es, cómo afecta a los que cuidan y por qué es urgente hablar de ello

19 junio, 2025

Cuidar a otros es un acto profundamente humano. Escuchar, acompañar, atender, sostener. Sin embargo, cuando ese gesto se vuelve rutina —constante, emocionalmente exigente y muchas veces desgastante— puede derivar en un estado de agotamiento silencioso que afecta a miles de personas en todo el mundo. A eso se lo conoce como fatiga por compasión, y aunque no siempre se ve a simple vista, afecta la salud mental de quienes están al servicio del cuidado de los demás.

La fatiga por compasión es un tipo particular de estrés emocional que afecta principalmente a profesionales de la salud, trabajadores sociales, psicólogos, enfermeros, cuidadores familiares y acompañantes terapéuticos. Es el precio psicológico de estar en contacto constante con el sufrimiento ajeno. Día tras día. Historia tras historia. Y aunque lo hacen con vocación, amor y entrega, la exposición continua al dolor de otros genera consecuencias físicas y emocionales reales.

Entre los síntomas más comunes de la fatiga por compasión se encuentran el insomnio, la irritabilidad, la desconexión emocional, el agotamiento extremo, la pérdida de sentido del trabajo, los pensamientos negativos recurrentes y la somatización en forma de dolores o enfermedades. Muchas veces, quienes la sufren no lo verbalizan: sienten culpa, miedo a parecer débiles o temor a ser juzgados. Sin embargo, es fundamental entender que la empatía también cansa, y que la vocación no reemplaza al descanso.

Nombrar la fatiga por compasión es el primer paso para prevenirla. Porque lo que no se nombra no se puede cuidar. Y porque si seguimos ignorándola, corremos el riesgo de perder a los mejores: los más comprometidos, los más sensibles, los más humanos. Aquellos que, justamente por dar tanto, se olvidan de sí mismos.

En un contexto donde el estrés laboral en el ámbito de la salud está en aumento, visibilizar el desgaste emocional de los profesionales y cuidadores es una necesidad urgente. Las instituciones deben promover entornos saludables, con espacios de escucha, políticas de salud mental, momentos reales de descanso y recursos terapéuticos disponibles. El autocuidado no es un lujo ni un acto de egoísmo: es parte del compromiso profesional. Cuidarse también es cuidar.

Además del abordaje institucional, es importante que cada persona que se dedica al cuidado ajeno incorpore estrategias de protección emocional: hablar con colegas o personas de confianza, establecer límites sanos, identificar los signos de alerta, practicar técnicas de relajación y, en caso necesario, buscar ayuda profesional. Porque nadie puede sostener a otros si está al borde del colapso.

Reconocer la fatiga por compasión es también una forma de dignificar el rol del cuidador. Humanizarlo. Dejar de exigirle fortaleza constante y empezar a ofrecerle contención. Porque detrás de cada guardia, cada escucha, cada gesto de cuidado, hay una persona que también siente, que también se cansa, y que también necesita ser cuidada.

La salud emocional de los que cuidan es un pilar del sistema de salud. Cuidarlos no es solo un acto de empatía: es una prioridad colectiva.

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