Pandemia, aislamiento y el derecho a no morir solo

mujer con barbijo angustiada
11 agosto, 2020

Recibir un diagnóstico positivo de COVID-19 implica recorrer un camino incierto de aislamiento, síntomas leves o graves y, en el 20% de los casos, internación. Además de los temas médicos en sí mismos, los enfermos y sus familiares experimentan la terrible experiencia de la separación y la falta de contacto humano. Esta situación llega a su culminación si el paciente fallece en terapia intensiva.

El dilema entre cuidar la seguridad de los familiares para que no se contagien y respetar el derecho del paciente a decidir sobre sus momentos finales genera acalorados debates en todos los países. Muchos hospitales impiden las visitas familiares a personas internadas con COVID-19 y más de un hijo siente una gran impotencia al no poder decirle adiós a su padre o su madre. Las secuelas psicológicas comienzan a verse en todas partes.

“La idea de no poder decir adiós me duele más que la muerte misma”

Ante esta situación, que podría generar daños traumáticos a largo plazo, algunos centros de salud argentinos empezaron a diseñar protocolos para permitir un acompañamiento familiar en los últimos días de vida.

 

Algunos ejemplos

Por ejemplo, el sanatorio Mater Dei, en la ciudad de Buenos Aires, ofrece todos los elementos de seguridad personal a los familiares más próximos para que puedan ingresar a las terapias intensivas y, también, un programa de contención para el después. Otras instituciones promueven el uso de tabletas o teléfonos celulares para hacer videochats durante la hospitalización.

Investigadores multidisciplinarios de la Red de Cuidados, Derechos y Decisiones al Final de la vida, perteneciente al CONICET, elaboraron un documento donde recomiendan “garantizar el derecho a la despedida de los seres queridos durante el proceso de final de vida y que dicha instancia sea lo más humanizada y confortable posible”. También aconsejan el “contacto y la comunicación del paciente con su entorno afectivo durante todo el proceso de internación, y extremar las medidas para facilitar el acompañamiento, prioritariamente a las personas en situación de agonía y previsible muerte inminente”.

“Es importante subrayar que los acompañantes pueden no ser familiares biológicos sino alguien vinculado afectivamente con el paciente”, señaló Eleonora Lamm, especialista en Bioética y Derecho de la Red. “Tenemos que garantizar las despedidas para no producir un quiebre en la sociedad. Hay que exigirles a los equipos médicos que conozcan la ley de los derechos del paciente. Y no hay que confundir la lógica de la seguridad con la de la salud”, enfatizó la abogada.

“Los profesionales de la salud deben estar capacitados para manejar la información y las relaciones con los familiares”, recomendó la psicóloga panameña Giselle de la Hoz, especialista en duelo, en un seminario de la OPS.

Derecho a decir adiós

La campaña mundial por el “derecho a decir adiós”, en verdad, comenzó en Italia, cuando el sistema de salud se vio sobrepasado durante marzo pasado. “La idea de no poder decir adiós me duele más que la muerte misma”, dijo por entonces el concejal italiano Lorenzo Muzzotto, quien empezó a promover la donación de tabletas electrónicas para los pacientes. “Estoy profundamente convencido de la importancia de las máscaras, guantes, maquinaria, pero el derecho a decir adiós, para los que se van y para los que se quedan, no debe ser menor”, indicó el funcionario.

Así, la tecnología, que siempre tuvo un halo de frialdad casi metálica, se revaloró para ofrecer una oportunidad de contacto no sólo durante los últimos días de un enfermo sino también como posibilidad de organizar “velatorios virtuales” por Zoom.

En la Legislatura porteña ya se presentó un proyecto para garantizar el “derecho a decir adiós”. El proyecto de ley propone implementar un protocolo para poder visitar al paciente en estado terminal. También habilita la compañía de un familiar que no pertenezca a un grupo de riesgo. Pero todavía no se ha implementado ninguna medida a nivel nacional para enfrentar este problema, como sí se ha hecho en Gran Bretaña, donde existe un protocolo elaborado por el Instituto Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés) para facilitar las visitas compasivas.

Más empatía y rituales

Con más de 730.000 muertos y una forma de vida completamente trastocada, el mundo entero está de luto, pero es preciso notar que el duelo varía de acuerdo a la situación particular de cada persona. La crisis económica, el desempleo, la sensación de inseguridad y las exigencias laborales pueden complicar el impacto de una muerte familiar.

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) subraya la importancia de entender las reacciones habituales al duelo –desde la tristeza a la ira, la falta de concentración, los trastornos del sueño, la pérdida de apetito y la hiperactividad- y la necesidad de mostrar empatía con aquellos que están transcurriendo el proceso de despedida de alguien a quien, probablemente, no pudieron acompañar en sus últimos momentos. Todo ello en el contexto de las diferencias culturales a la hora de abordar la muerte.

Si bien los rituales funerarios tradicionales –los velatorios y entierros que alivian el proceso- no se permiten en muchas zonas de la Argentina, los expertos recomiendan implementar rituales simbólicos, como utilizar fotografías e historias compartidas para recordar al ser querido en redes sociales; elegir en su memoria una música en una reunión virtual; construir una caja de recuerdos; escribirle una carta a la persona fallecida; llevar un diario de la enfermedad; colgar una bandera o cartel en el balcón; entre otras formas de elaborar un duelo durante la pandemia de COVID-19.

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Tags: coronavirus | covid y cuidados paliativos | CUIDADOS PALIATIVOS | eutanasia

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