El cuerpo habla, aunque muchas veces no queramos escucharlo. Habla con insomnio, con contracturas, con migrañas, con palpitaciones, con malestares difusos que ningún estudio logra explicar del todo. Habla cuando la mente ya no puede más. Y lo hace con el lenguaje que mejor conoce: el de los síntomas.
Vivimos en una sociedad que nos empuja a rendir, a cumplir, a no detenernos. En ese ritmo frenético, el estrés se vuelve casi una constante. Pero el cuerpo no distingue entre “problemas grandes” o “pequeñas tensiones”: reacciona igual.
Cuando el sistema nervioso se activa ante la amenaza —real o imaginaria—, libera cortisol y adrenalina, hormonas que preparan al organismo para huir o pelear. El problema aparece cuando esa respuesta se mantiene en el tiempo. Entonces, lo que era un mecanismo de defensa se transforma en desgaste.
El estrés sostenido afecta al sistema inmunológico, digestivo, cardiovascular y hormonal. Puede provocar desde dolores musculares y trastornos del sueño hasta problemas digestivos, alteraciones menstruales y enfermedades de la piel. A veces se manifiesta con síntomas físicos tan claros que resulta difícil creer que su origen esté en la mente.
Pero lo está.
“Lo que no se expresa, se imprime en el cuerpo”, dicen los psicólogos. Las emociones no liberadas —el enojo, la tristeza, la culpa, el miedo— buscan una vía de escape, y muchas veces la encuentran en lo físico. Por eso, cuando los estudios no muestran nada y el malestar persiste, quizás sea momento de mirar más adentro que afuera.
Reconocer la relación entre mente y cuerpo no significa descartar lo médico. Significa integrar. Comprender que somos un todo, y que la salud requiere un abordaje físico, emocional y mental.
Una contractura puede necesitar fisioterapia, pero también descanso. Una úlcera puede requerir tratamiento, pero también contención emocional. Un insomnio puede mejorar con medicación, pero también con hábitos y acompañamiento psicológico.
Aprender a escuchar al cuerpo es un acto de prevención.
Pausar, respirar, identificar qué situaciones o pensamientos disparan la tensión. Tomarse un tiempo para uno mismo, hacer actividad física, conectar con la naturaleza o practicar técnicas de relajación son formas simples y efectivas de reducir el impacto del estrés.
La salud mental no es un lujo, es una parte inseparable del bienestar físico.
Hablar de estrés también es hablar de cultura. De cómo entendemos el éxito, el tiempo y el autocuidado. De cómo normalizamos vivir apurados, responder mensajes a medianoche o no tener espacio para el silencio. Cambiar esa lógica es una tarea colectiva: necesitamos volver a valorar la calma, el descanso, el equilibrio.
El cuerpo no grita para molestarnos: grita para cuidarnos. Y cada síntoma, por más incómodo que sea, puede ser una oportunidad para revisar lo que estamos sosteniendo en exceso.
Escuchar al cuerpo es escucharse a uno mismo.
En OSPAT creemos que cuidar la mente es cuidar el cuerpo. Por eso acompañamos a nuestros afiliados en su bienestar integral, promoviendo hábitos saludables y apoyo emocional profesional. Si sentís que el estrés está afectando tu salud, consultá a través de Hola Doctor. Cuidarte también es escuchar lo que tu cuerpo intenta decirte.
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